Sin duda, algunas de las emociones más fuertes que he vivido han sido a su lado.
Lo mismo me ha visto reir hasta las lágrima como ha secado todas las que he derramado en mucho tiempo.
Ha sido confidente y cómplice. A veces guardián, perro de pelea y sonsacadora. Todos los papeles los ha adoptado en el momento justo, como si alguna especie de sabiduría extraña la acompañara y supiera exactamente cuándo decir algo o cuando quedarse callada.
Quizá sea porque me conoce mejor que nadie por lo que puede saber cuando algo está mal sin necesidad de que lo tenga que explicar.
He despertado destruido por la fiesta y me ha ayudado con un menudo bien picoso y una cerveza bien fría. Lo mismo me ha alzado la voz cuando excedo la fiesta pero nunca, y quizá es lo que ahora más agradezco, me ha prohibido ser yo.
De hecho, puedo asegurar que lo ha impulsado. Cada plática concluye con una idea, dicha de forma manifiesta o entre líneas: sé tú mismo, vive la vida y disfrútala que aquí seguiré.
Ahora no me queda más que agradecer el tiempo que hemos pasado juntos y lo que nos falta.
Ya la quiero ver cargar a mis hijos para checar si se parecen, aunque sea un poco, a ella.
Mientras eso pasa que basten unas líneas para desearle a mi madre el mejor cumpleaños que pueda tener.
Te adoro mamá.